viernes, 19 de enero de 2024

 Año de recogida de siembra

Este mi año mágico confío en ti 2024. Año de recogida de siembras de hace quince años donde Plutón entró en mi signo solar, pronto sale de mí y entra en otra era.

Otro escenario sin duda para mí, otro trabajo dentro y fuera de mis obligaciones financieras y tiempo de proyectos colgados en la percha del armario de mi vida. Que siempre anda repleta de sucesos inesperados y que corre rápido. A mi los años me vuelan, imagino que será porque ya he alcanzado más de la mitad de mi vida, o quizá no, no lo sé bien.

Muchos proyectos nuevos ayudada de la tecnología que tanto me fascina. Otros, los de siempre, han estado conmigo durante todo este tiempo, esperando a ver cuándo me decidía a ponerlos en práctica.

Mi cuerpo también ha cambiado como toda crisálida cuando se convierte en mariposa. Ahora ya soy libre, ya estoy preparada y lista para cualquier cosa que se avecine. Mi cuerpo sano y cuidado, mimado por los que me quieren y por mí misma, descubre otra persona en mí. Metamorfosis en todos los aspectos de mi vida.

Mi faceta laboral y profesional da un giro radical y vira hacia otros rumbos, otros mares donde me permitan navegar también en las múltiples tareas que tengo siempre conmigo. Soy una mujer polifacética y me fascina hacer un poco de todo en esta vida.

Escribo, leo el arte arcano, trabajo las energías que están en el aire y muchas cosas más que voy aprendiendo cada día, pues soy la eterna estudiante, pienso que así moriré, estudiando continuamente. Todo lo novedoso llama mi atención, me gusta investigar y contrastar opiniones sobre todo lo que trate el cuerpo en mente-cuerpo y espíritu.

Soy sólo una caminante en esta marcha de la vida tan maravillosa.

Con cariño para todos los que siguen mis escritos.


Laura FerNe.

domingo, 8 de octubre de 2023

Sobreviviendo

 Y aquí sigo latiendo día tras otro, aún sin saber hacia dónde voy ni porqué, ni cómo.

Tan solo me dejo llevar, trabajo, casa, amigos y el caminar de la vida que no deja nunca de sorprenderme.

Siento en mí que llegan grandes cambios, los espero desde hace tanto que ahora que noto que llegan no sé si estaré preparada para todos ellos.

A pesar de mi trabajo continúo con mis estudios, la eterna estudiante seré. Amo aprender de todo y de todos. Hace seis años que dejé interrumpida mi faceta de escritora, ahí andan mis proyectos unos terminados, otros a medio hacer, esperando.

Amo juntar las letras tanto como leerlas o cantarlas. Disfruto creando relatos, historias o poemas. Me gusta interactuar con el lector.

Deseo tener la fuerza necesaria para terminar mis proyectos literarios y profesionales que están esperando desde 2012. Empezar es fácil, terminar me cuesta bastante.

Este año he estudiado con Jade Sal los arcanos maravillosos que desde hace tanto tiempo jugueteaban conmigo y algo les entiendo ahora. Agradezco a mi compañera Mari Carme toda su sabiduría en el arte arcano y todo lo que estoy aprendiendo de su lado en la distancia. Y hace ya tres años que estudio con Irene aprendiendo con ella de toda su sabiduría como terapeuta.

Y la vida continúa sorprendiéndome a cada paso y haciendo que cada vez sea más y más fuerte y sepa defenderme ante la adversidad y las personas que interactúan conmigo en mi caminar. Todos maestros de todos. Siempre digo que la vida es una gran maestra y si no aprendes la lección, te la repite. En este mi sexto año desde mi nueva vida se me está repitiendo todo lo que viví en el primero, como si me dijeran los que dirigen todo esto: Venga vuelve a la casilla de salida, a ver qué tal se te da ahora en este nuevo septenio. Ojalá consiga aprender y hacerlo bien.

Los años me pasan de manera mágica. Pienso que la vida es magia en sí y que está en todo y en todos. Pero pasa el tiempo tan deprisa que dudo si tendré tiempo de terminar todo lo que un día empecé.

Mis hijos evolucionan cada uno a su tempo y a su manera, llenándome de orgullo de madre. Ellos son mi motor y la gasolina de mi vida. Verlos realizados y felices consigue que mi vida sea plena y satisfactoria al máximo.

Seguiré sobreviviendo le pese a quien le pese, pues soy eso; una superviviente nata. Aprendiz de todo, maestra de nada.


Laura FerNe.


domingo, 21 de mayo de 2023

Niña de Tierra y Sol

Tan valiente como nadie. Ella es especial.

Esa niña que vive en ti ya formada tu entrada en la edad adulta. 

Eres magia, niña. Eres dulzura. Eres carácter noble y fiel. 

Fuerte temperamento. Sabiduría escondida entre los poros de tu piel.

Mi alma unida a la tuya, mi pensamiento, mi otro ser.

Vuela, niña mágica. Demuéstrales a todos lo que eres capaz de hacer.

Sorprende con tu carisma. Muéstrate, hazte ver.

Un mundo repleto de posibilidades te está esperando. Ve a por el.

Sanas con tu presencia cualquier parte de mi ser.

La importancia de tu amor incondicional que tanto otros debieran aprender.

Ejemplo de coraje, valentía, entrega y generosidad.

Niña mágica, niña de tierra y sol. De agua, de luna menguante.

Niña ya mujer. Mi apoyo, mi otro yo.

Formas parte de mi piel.

 

Laura FerNe.


jueves, 7 de mayo de 2020

Yo me bajo en la próxima..¿y usted?

Y el mundo se paró.
Se paró de repente porque estaba ya cansado de aguantarnos. Unos dicen que el parón fue provocado, otros que lo trajeron algunos animales. ¿Qué más da? Lo importante es que el parón fue irrevocable e inmediato.
Hay un antes y un después de esta parada obligada y circunspecta, no lo dudes ni un instante. La vida que hasta ahora conocías, ya no existe, pero no temas por ello pues lo que tiene que venir no puede ser peor a lo que estábamos viviendo día tras otro en esta bola inmensa llamada Tierra.
Unos han aprovechado este tiempo para crear, para unir, para encontrarse, para buscar, para desempolvar proyectos, para aunar razones que les ayuden a seguir hacia adelante con optimismo. Muchos de ellos, se han encontrado a sí mismos y otros se han perdido al darse cuenta de que han desperdiciado su vida pensando tan solo en el vil metal. Estos últimos son los que más se lamentan en estos días.
Pero lo más significativo es que muchos de los terráqueos han desparecido y ni siquiera se han podido despedir de sus seres queridos. Soy una persona optimista por naturaleza, pero es lo más cruel que he visto en toda mi vida. Aún así, ha habido personas que no han respetado lo estipulado por las órdenes sanitarias del país y han hecho con su vida lo que han querido. El respeto que es tan fundamental en la vida y no han hecho uso de él.
Me pregunto si la gente de a pie se ha dado cuenta de lo poco que sirve en un país ante estas circunstancias una monarquía y una cantidad de políticos que sólo acumulan gastos para el pueblo.
Quizá nunca antes nos hubiéramos dado cuenta de para qué servían las fuerzas del estado y ahora empezamos a valorarlas como realmente se merecen.
Pero sobre todo y más importante es que estamos en manos de los sanitarios de este gran país. Que no han sido cuidados como deberían y que son los verdaderos héroes de toda esta historia, tan dura para todos. Ellos deberían tener los sueldos que tienen esos políticos que de nada nos han servido y no hablo de la presidencia, si no de los muchos que están ahí sin hacer nada. No importa del lado que seas, pero sé humano.
Y ahora nos queda a los que todavía estamos aquí pensar bien qué hacemos con esta nuestra Tierra y cómo la cuidamos y cuidamos de los demás. Porque aunque me pese, creo que mucha gente no ha aprendido nada de todo lo vivido. Salí los dos primeros días a caminar y decidí quedarme en casa porque no respetaban los límites entre personas ni tenían en consideración a quienes andaban a su lado. Como si de una verbena se tratara. Y volví a quedarme en casa o a salir en calles no habitadas.
Y entonces me pregunto: ¿qué más debe pasar para que se conciencien de que estamos en otra vida? con otros hábitos y con otras normas de urbanidad. Es algo bastante preocupante.
Vivir desde el corazón es lo único que podemos hacer ahora y deseo que todo el mundo sea consciente de ello y se apoyen unos a otros. Ojalá se den cuenta que los cambios siempre son para mejor y cambien con ellos.


Laura Fernández.

martes, 10 de septiembre de 2019

"Ayer te vi en el espejo"


Ayer te vi y me asusté
no me había pasado nunca.
Te vi en mi nariz y mis labios
Labios granates, como los que llevabas tú.

Me arreglaba el pintalabios
en el espejo del coche
y me estremecí
Tu nariz y tus labios estaban allí.

Muchas veces me dijiste
lo mucho que me parecía a ti.
Yo jamás lo vi
incluso pensaba que era una ilusión tuya.

Pero tú me hablabas de personalidad
nunca de físico.
Ahora, y sólo ahora, me doy cuenta
de que tenías razón. En todo.

Cada vez que me visto
que coloco mis zapatos
me acuerdo de ti, me veo en tus gestos.
Pero ayer estabas allí.

También me doy cuenta de que tenías razón
me parezco más a ti, de lo que yo nunca vi.
Ya sabes que los espejos nunca nos gustan.
Te echo de menos, cada vez más.

Gloria bendita por siempre.

Te quiero mamá.


Laura Fernández



sábado, 14 de enero de 2017

Capítulo 1 "La Magia de Nefertari y la cámara de los tesoros"





                                    I

     Entre las arenas rojizas del desierto de Abu-Simbel el castillo de Ramsés II dominaba el lugar. La magia del palacio atrapaba a todo aquel que accedía a su interior. La puerta se alzaba majestuosa con unas medidas incalculables. De ese modo lo consideró el propio faraón, pues creía que el umbral de su palacio así lo merecía.
     El portón principal en madera de ébano estaba tallado con esmero con simbología del país. En su interior, las paredes estaban decoradas con diversos motivos; a veces sobre lamas de oro; otras, sobre un color terracota anaranjado y así resaltaban la noble madera de los muebles y puertas. En las paredes brillaba la fogosidad de las antorchas, lo que creaba un ambiente acogedor. La limpieza y el orden reinaban por doquier. La servidumbre se ocupaba de ello en cuerpo y alma. Formaban un total de seis. Rasurados meramente por higiene, iban cubiertos por turbantes, enrollados de manera, que recordaba un nido de aves. Uniformados en un blanco impoluto, al igual que el color de las telas que cubrían sus cabezas.
      Entre ellos destacaba Amah; la sirvienta personal de la reina, que era la encargada de dirigir al servicio. El séquito de Ramsés admiraba a Nefertari por el trato cercano que de ésta obtenía. Por el contrario, sentían hacia el faraón un respeto; que en ocasiones, traspasaba la frontera del miedo.
     Los pasillos del palacio, a ambos lados del salón principal, simulaban un laberinto sin puertas. Alguno de ellos servía de acceso a la entrada de víveres y mercancías. Las lámparas de aceite, que permanecían prendidas, desde el amanecer hasta la noche, suplían la escasa luz natural que se filtraba por las ventanas del lavabo y las cocinas. El salón, estaba provisto de una cristalera, resguardada por hierros exquisitamente forjados, que ocupaba casi toda la estancia. Procurando a la sala y al resto de la primera planta de luz natural.
     Por uno de los pasadizos en la parte izquierda se accedía al lugar con más misterio. Era dónde el faraón acumulaba los trofeos que obtenía en sus férvidas batallas. Dos guardianes eran los encargados de salvaguardar las montañas de oro que allí habitaban; junto a enormes jarrones de la porcelana más fina, procedentes de Asia. Se trataba de una cámara impactante, dónde las toneladas del noble metal relucían por completo el recinto.
     “La cámara de los tesoros”, en la que se viviría el episodio más nefasto para la reina Nefertari. Desde la trama tejida desde el odio visceral de Isis-Nefert y su suegra, la reina Tuya. Los vigilantes permanecían día y noche en su puesto para custodiar aquel valioso espacio. Nefertari jamás accedió a la sala, a pesar de saber, que contaba con preciados objetos para el faraón; y aunque él le había insistido en distintas ocasiones, para mostrarle su poder, su instinto no se lo permitía ¿Qué guardaría para ella “la cámara de los tesoros”, que una fuerza interior le impedía acceder a su interior?
     En la primera planta se ubicaban los dormitorios de la servidumbre. La decoración era austera; si bien, no exenta de gusto. En cada una de ellas existían literas de hierro en color negro. Los telares en su tono natural cubrían las camas y un mueble regio, con un espejo sobre él guardaba sus ropas; y otro, soportaba las jarras con agua. Los cuartos del servicio contaban de un aseo provisto de duchas y un lavabo.
     En la planta principal se encontraban las diversas salas en las que Ramsés, se ocupaba de atender los menesteres políticos. Formaban un total de seis. El resto de cámaras de la residencia, ubicadas en la segunda y tercera planta eran ocupadas por los reyes y la primera esposa real. Camas con grandes doseles y telas de diversos colores; en algunas de ellas lucían en el color natural de la tela sin teñir. En cada uno de los cuartos se mostraban dibujos en las paredes; sobre un fondo granate o rojizo con tonalidades azules y amarillas.
     Completaban la decoración, vasijas dibujadas con motivos de la época sobre nobles muebles de madera de nogal, donde guardaban sus ropas. La soberana supervisaba el trabajo de su séquito. Era exigente y de un gusto exquisito. Los cuartos de los niños estaban contiguos a la cámara real.
     La gran estructura arquitectónica hacía del edificio un lugar inmenso. En la parte trasera del palacio se guardaban los animales más voluptuosos, en estancias cerradas con salida al exterior. Justo detrás del recinto en el que descansaban los caballos se alojaban diversos tipos de aves dispuestas en jaulas. Un techado de piedra, trabajado con los elementos de la fachada, los protegía de las altas temperaturas de la zona.
     Los animales eran sagrados para los habitantes del país. En Egipto se usaban como talismanes para atraer la buena fortuna; por lo que ocuparon siempre un lugar privilegiado en el núcleo de la realeza. Los gatos transmutaban su energía; al mismo tiempo que les protegían de todo mal. En el palacio dos fieles perros negros y tres gatos siameses de ojos azules, acompañaban a la familia.
     Custodiaban la fachada dos figuras impresionantes de Ramsés, algo que sorprendió a Nefertari el día que accedió al palacio por vez primera. En un pequeño habitáculo, casi en el centro de la planta principal, destacaba un pequeño altar. Sutilmente decorado y repleto de amuletos. Era el lugar dónde la reina recibía a todo aquel que solicitaba ayuda o consejo.
     A pocos metros sobresalía una mesa enorme de piedra gris, con capacidad, para un importante número de comensales. Alrededor de ésta trece sillas y en cada extremo dos sillones que ocupaban los monarcas.
     En la parte izquierda se encontraban dos cocinas. Cuatro sirvientes se ocupaban de los menesteres culinarios. En la de menor dimensión, se almacenaban las vasijas para guisar y resguardaban del calor los alimentos, en cajas que cerraban de forma hermética. Unas cortinas de bambú se encargaban de separarlas de la estancia principal. Dos sofás (con cojines de paja y tela) en colores granate y oro imperaban el salón. Bajo los muebles tres alfombras de seda de múltiples colores, resguardaban el suelo del calor de Abu-Simbel y aportaban un toque sofisticado a la sala. Que se alumbrada por lámparas de cristal y hierro, así proporcionaban claridad a la zona, en las horas que no imperaba la luz natural.
     Durante el día la cristalera que destacaba en el techo iluminaba el salón. En las paredes pequeñas antorchas resaltaban los trabajados dibujos que las cubrían. En la parte derecha se encontraba un cuarto con un baño, un lavamanos y sobre éste lucía un espejo. En la pared un mueble pequeño con toallas de lino. La estancia se comunicaba con el exterior a través de una ventana. El inodoro era de piedra de color gris con tapa de madera oscura. Estaba dotado de un sofisticado método subterráneo, que eliminaba las aguas fecales, que desembocaban en un río próximo.
     Las escaleras, a ambos lados del salón, ascendían a los dormitorios y a la azotea del palacio. En la segunda planta se encontraban los aposentos de la familia real.
     Isis-Nefert (primera esposa de Ramsés), ocupaba por completo la planta tercera. La relación con Nefertari era casi inexistente. Desde la llegada de ésta al palacio no soportaba su exclusión de la alcoba real. Algo que jamás le perdonaría y ceñiría la trama, junto a la gran reina Tuya para acabar con su rival. Ramsés mantenía apartada de la vida palaciega a su primera esposa, quien no se encontraba a gusto entre ellos. Si bien, continuaba en la residencia real por su amor hacia el heredero de Seti I. Los aposentos de la rival de Nefertari contenían una cama cubierta por telas de lino en color natural. Se percibía austeridad en el ambiente y éste, absorbía la negatividad que portaba Isis-Nefert.
     Justo encima de la planta de Isis, un inmenso mirador ocupaba toda la tercera planta. Lugar desde donde Ramsés controlaba a sus adversarios, o simplemente, disfrutaba de la noche y observaba las estrellas. En la parte opuesta a las habitaciones, dos colosos ventanales, les permitían divisar la inmensidad de las arenas del desierto. La zona se iluminaba durante la mayor parte del día, gracias a los rayos del rey sol. Cuando éste se ponía al atardecer la vista era espectacular.
      Muy próximo a la cámara real se localizaba un cuarto para que jugaran los niños y un gran vestidor; donde el servicio se ocupaba de preparar a Nefertari en los actos importantes; y se guardaban las ropas de Ramsés. Al lado, se dibujaba una sala que en su centro tenía un mueble con un dosel, se utilizaba para descansar y jugar con los príncipes.
      El palacio de Ramsés fue diseñado con extremo gusto. Escogió a los mejores arquitectos y a los más exquisitos decoradores, para que obtuvieran la residencia más fastuosa de toda la región. Un lugar, dónde el mero hecho de poner un pie dentro de él, te transportaba a un universo pleno de elegancia.
     Al faraón le satisfacía mostrar su residencia a los invitados, que quedaban asombrados por los objetos que albergaba y por la esmerada belleza de su distribución. El castillo parecía surgido de las mismas arenas rojas del desierto…para fundirse con él.






miércoles, 28 de septiembre de 2016

Nora Bold...capítulo 2





     Nora Bold la chica más inteligente del instituto y la más hermosa. Corría el año 1956 y se había apostado con su gran amiga Mae a ver quién de las dos entraba primero en una relación. Para Nora era algo que le traía sin cuidado, nunca hizo caso a ninguno de los jóvenes que bebían los vientos por ella, y por esa forma de caminar entre diva y sabelotodo. Mezclado con una ingenuidad que la volvía adorable.
     Mae estaba enamorada desde el verano anterior del atlético John Haverd. Cada vez que compartían las canchas de baloncesto, ella como animadora con su mini falda blanca y su jersey rojo y blanco. Y él con su traje de deportista, que lo convertía en un auténtico dios en la tierra, Mae creía morir de la emoción. Algo que Nora no comprendía. Sí, era cierto, John Haverd era muy guapo, sin descontar su atractivo, pero hasta ese extremo…no, no lo comprendía. Para Nora el amor era otra cosa, algo que no había sentido todavía. Algún muchacho le había llamado la atención, otros la habían enternecido y varios, tenían su amistad sincera, pero desconocía lo que su amiga sentía hacia John.
     ―¿Vas a venir el domingo a la barbacoa que se celebra en casa de los Harris?
     ―¿Barbacoa? Es la primera noticia que tengo ―respondió Nora mientras colocaba la parte trasera de la cintura de su pantalón.
     ―Seguro que tus padres están invitados.
     ―Puede ser. Si es así, nos veremos el domingo ―aportó sin gran entusiasmo.
     ―Nora, ¿qué piensas hacer cuando finalices el instituto?
     ―Quiero ser médico, como mi padre.
     ―¿En serio? ―Mae se conformaba con que John Haverd la invitara a salir y le pidiera matrimonio.
     ―¿Qué harás tú cuando termines los estudios aquí? ―preguntó Nora para desubicarla por completo.
     ―Pues…―carraspeó― Puede que estudie para ser profesora, como la señorita Bird ―se inventó en un instante.
     Finalizaba el viernes y las chicas recogían los libros que estaban sobre la mesa de la clase. El señor Larson (profesor de matemáticas) ponía sobre la tarima el maletín que acababa de cerrar.
     ―Buen fin de semana, muchachos ―dijo Larson con la alegría de saber que durante dos días no volvería a ver a ninguno de ellos.
     ―Que tenga usted un agradable fin de semana, profesor ―respondió una muchacha de la primera fila.
     El domingo bien temprano la señora Brenda preparaba lo necesario para salir hacia casa de los Harris. Ya estaba el desayuno dispuesto sobre la mesa. Y una tarta de queso con arándanos, que había envuelto de manera elegante para obsequiar con él a la señora Harris. Ella ya estaba a punto para salir, había desayunado hacía un par de horas un café con leche sin nada más. Encima de la tarima había tortitas de maíz recién hechas, una tarta de chocolate, huevos revueltos y una jarra de zumo de naranja recién exprimido. El café aromatizaba toda la parte inferior de la vivienda despertando con su aroma a todo aquel que se dejaba enamorar por Morfeo.
     Brenda observaba su imagen en el espejo de la entrada. Era muy bonita, a ella le gustaría no tener alguna arruguita que otra en el contorno de sus ojos tan lindos, pero era consciente de que eran la expresividad de su risa contagiosa. Era muy feliz, siempre soñó con tener la familia que ahora poseía y verse ya una mujer en sus cincuenta años, le parecía imposible. Qué rápido pasa la vida ―pensaba, no sin razón― El espejo le devolvía su figura de un lado, después del otro. Acicalaba su melena dorada y colocaba con destreza algunos rizos que la noche anterior la habían desafiado con la almohada. En eso estaba cuando bajó el señor Bold.
     ―Eres muy bonita, Brenda ―le obsequió mientras besaba su cuello de cisne.
     ―¡Oh James! Qué tonto eres, ya no soy la niña que te enamoró ―dijo para ver su reacción.
     ―No seas mala, presumida. Sé que dices eso para que te diga lo preciosa que estás ―El señor Bold giró la cintura de Brenda con dulzura, y tomó su rostro entre las manos para besarla despacio, muy despacio en la comisura de los labios.
     ―¿Interrumpo? ―dijo Nora desde la mitad del salón.
     Los Bold rompieron a reír y Brenda se colocó con disimulo el pantalón y el jersey que cubría buena parte de su cuerpo, como si nada hubiera pasado. Para Nora descubrir en esa actitud a sus padres era lo más hermoso que pudiera sucederle. Tanto ella como Lisa habían crecido con el calor y el cariño de unos padres, que se amaban sobre todas las cosas. Por eso pensaba Nora si encontraría un hombre tan maravilloso como su padre.
     Lisa bajó en ese instante y juntos degustaron el delicioso desayuno que la señora Brenda había preparado con tanto esmero. Después hacia casa de los Harris, donde les aguardaban varios juegos de cartas, algún que otro juego de pelota. Y una piscina que invitaba a los asistentes a pasar el calor de aquellas tierras que nunca descendía de los 25 grados.
     Sam estaba invitado a la barbacoa y durante todo el día estuvo detrás y delante de Lisa, quien se sentía como una artista del Hollywood más sofisticado. Nora nadó, jugó al baloncesto y le ganó dos partidas de cartas al hijo del señor Harris. Reía, reía sin cesar, le encantaba ganar. Era una competidora nata.
     ―¿Has visto? He vuelto a ganar ―le decía a su contrincante.
     ―Ya, ya veo ―respondía Dhon Harris, quien alguna de las veces se dejaba ganar.
     El hijo del señor Harris estaba convencido en que más tarde o más temprano, Nora caería en sus brazos, hacía muchos años que le gustaba, desde niños. Sabía que Nora era una muchacha difícil de conquistar y por ello, le gustaba todavía más. A ella Dhon le parecía un muchacho entrañable y muy apuesto, pero nunca había visto más allá. No venía nada en él que le atrajera sexualmente. Conocía que él confiaba en conquistarla, pero era un buen muchacho y se conocían desde siempre, por lo que no le molestaba nunca, sino todo lo contrario.
     Por la noche regresaron a su casa, Lisa quería saber qué había pasado entre Nora y el joven Harris.
     ―¿Qué has de contarme, Nora? ―preguntó Lisa a su hermana mientras ambas se aseaban para introducirse en la cama.
     ―¿Qué he de contarte, sobre qué? ―Nora la miró, como sólo ella sabía hacerlo.
     ―Ya sabes, sé que Dhon está por tus huesos desde que éramos pequeños. Te ha dejado ganar unas cuantas veces, ¿no te has dado cuenta?
     ―¡Qué dices! Jamás permitiría que nadie me dejara ganar ―dijo presuntuosa.
     ―Mae también lo ha dicho
     ―Te lo estás inventado, estoy segura.


 Laura Fernández.





domingo, 11 de septiembre de 2016

Nora Bold



                                    


     Ese año las fiestas de Bimpermiht finalizaron antes de tiempo. Para Nora, fueron tan cortas que todavía escuchaba en su memoria el ruido del carrusel de la feria ambulante que se levantaba cerca de su casa. Nora Bold una estudiante de cuarto curso que soñaba despierta y sólo pensaba en salir a bailar con su amiga Mae. Su hermana Lisa y el grandilocuente Sam Jones que no se apartaba de ella, entraban y salían de la habitación de Nora esa mañana.
     ―Date prisa Nora, Sam hace más de media hora que me molesta. Salgamos ya hacia el río, en dos semanas comienzan de nuevo las clases ―replicaba Lisa desde el quicio de la puerta de su hermana― Vamos, rápido.
     Nora Bold era una joven de diecisiete años con una mente privilegiada para los números. El curso anterior finalizó con las notas más altas de su clase. Tomaba clases de danza y estaba dotada de una voz que su profesor particular no había escuchado antes en ninguna de sus alumnas. Era una chica sencilla, su prenda favorita eran los vaqueros y las camisas atadas a la cintura, en sus pies zapatos planos de bailarina. Solía llevar el pelo suelto, lo tenía rizado y negro como el carbón antes de quemar, sus ojos violetas descubrían una mirada sincera y unos labios carnosos la volvían apetecible para la mayoría de los muchachos de su pueblo natal.
     ―Enseguida termino, Lisa ―respondió Nora a su hermana mientras colocaba una cinta roja en su pelo.
     Sam Jones hacía más de año y medio que iba tras Lisa, la creía la mujer de sus sueños, pero ella lo tenía como un amigo. A pesar de ello, el joven no perdía la esperanza ni la ilusión de que en algún día, en algún momento ella cambiara de parecer y le viera con otros ojos. Sam era un chico apuesto, alto y con una musculatura trabajada en la fábrica que dirigía su padre. De mirada penetrante y ojos como el mar en calma. Era un buen muchacho, no tenía ninguna prisa en conquistar a Lisa, pensaba que tarde o temprano ella caería en sus brazos totalmente enamorada.
     ―¿Quién se atreve a tirarse de cabeza? ―preguntó Sam creyendo que ninguna de las dos iba a responderle.
     ―Yo, misma ―dijo Nora, no sin antes dejar boquiabierto al musculado joven.
     ―Nora, ¿qué vas a hacer? Recuerda aquella vez que subiste al árbol del señor Jones y después tuviste una herida en la pierna que no cicatrizó hasta varios meses ―replicaba Lisa, algo asustada.
     ―Este Sam, cree que las mujeres somos de otra pasta. Alguien tendrá que hacerle ver lo contrario ―respondió desafiante Nora.
     ―Vaya, vaya, Nora. Eres la chica más atrevida que he conocido ―dijo presumido Sam― A ver si eres capaz de tirarte de cabeza y llegar más lejos de lo que voy a hacerlo yo ―le habló sonriente.
     ―Nora, por favor no le hagas caso, te lo ruego. Vais a conseguir que me enfade ―Nora reía mientras su hermana se desesperaba al saberla capaz de cualquier cosa.
     ―¿Quién dijo miedo? ―gritó Nora mientras se zambullía de cabeza en el río y se perdía entre sus aguas verdes, para cruzar un buen trecho antes de asomar la cabeza a la superficie.
     Tras de ella fue Sam y por supuesto, llegó más lejos que ella. Aquellos brazos trabajados le ayudaron a ello.
     ―¡Gané, Nora!
     ―No tenéis remedio, me voy ―habló indignada Lisa por el mal rato que había pasado.
     ―¡Ey Lisa! ¿Ni siquiera vas a bañarte en el río? ―Nora se sintió mal ante la decisión de su hermana.
     ―Sois idiotas, adiós.
     Nora y Sam salieron del agua en busca de Lisa, labor bastante difícil teniendo en cuenta lo resbaladizas que estaban esa mañana las piedras que bordeaban el río. Lisa no entraba en razón había recorrido ya un buen trecho y ellos, mientras se colocaban los zapatos y algo de ropa la perdieron de vista. Al regresar a casa Lisa estaba sobre la cama llorando, había planeado esa visita al río con ilusión y su hermana le hizo quedar en evidencia…algo que ocurría a menudo.
     ―Venga Lisa, no te lo tomes así. Ya sabes cómo soy, me gustan los retos, no pensé jamás que ibas a tomártelo de ese modo.
     ―Desde que tengo recuerdo tengo que estar pendiente de todo lo que haces, no temes a nada. Yo, sin embargo, hubiera sido incapaz de zambullirme de cabeza en el río, además a esa altura que lo has hecho tú. Me siento torpe, Nora ―hablaba entre sollozos sinceros y sentidos.
     ―Discúlpame Lisa, no te enfades conmigo. Sam se ha quedado disgustado con tu marcha, ese chico está por ti, lo sabes.
     ―¿Y eso qué importa? Sam es para mí un amigo nada más ―respondió negando que le gustara lo que su hermana le había dicho.
     Brenda, la madre de ambas escuchó alboroto en la habitación de las chicas.
     ―¿Qué sucede? ¿Otra vez estáis de discusión?
     ―Mamá, Nora conseguirá un día hacerse mucho daño ―habló Lisa ante la mirada penetrante y desafiante de su hermana.
     ―¿Qué ha pasado, Nora? ¿A dónde te has encaramado esta vez?
     ―No ha sido nada, mamá. Sam me ha retado a tirarme de cabeza en el río y nadar para ver quién de los dos ganaba ―dijo con voz melodramática y convincente.
     ―Nora, me obligarás a castigarte todo el sábado y el domingo por la mañana. Sé que eres fuerte y valiente, pero no puedes desafiar a la ley de la gravedad constantemente, porque un día te darás de bruces en el suelo y después habrá que correr hacia el hospital ―Brenda cerró de un portazo la puerta de la habitación de las muchachas.
     Brenda y James (padres de las chicas) vivían en una casa acomodada en las afueras del pueblo. Ella se ocupaba de las labores de la casa y la educación de las chicas y el señor James era el médico del lugar. Era un matrimonio bien avenido que se casó recién estrenada la veintena, una pareja de esas de toda la vida, de esos amores que se filtran en tu corazón a la par que en tu cerebro en cuanto besas a la otra persona. Llevaban juntos desde la primera adolescencia de ambos. El señor James adoraba a su esposa, la seguía viendo como la niña que conoció en la puerta de la escuela a los dieciséis años. Era un hombre dulce y entrañable con una mirada serena que transmitía toda la paz que tenía dentro. Tenía unas manos poderosas con las que hacía el bien a todo el condado, decían que había heredado un don de su abuela paterna, aunque él no hacía caso de esas cosas y decía que todo era gracias a la medicina. James era un hombre noble con el pelo cano y un fino bigote que conservaba todavía su color natural. Una mirada como la miel transmitía una seguridad imposible de imitar en todo aquel que le conocía.
     Brenda, la madre de Nora y Lisa y esposa de James era una mujer muy bonita. Llevaba el pelo a media espalda desde su más tierna juventud, unos bucles organizados, dorados y castaños embellecían aquel cuerpo escultural y bello. Era una mujer elegante, ella misma confeccionaba la ropa que vestía, fue algo innato en ella, jamás lo aprendió de nadie. Tenía una mirada penetrante de un verde y amarillo difícil de contemplar sin quedar completamente ensimismado entre su hechizo. En su juventud, cuidaba niños en su domicilio, su gran vocación fue ser madre y el destino le obsequió con las dos niñas más bonitas de todo Bimpermiht. El señor Bold jamás amó a otra mujer que no fuera Brenda y cuando lo hizo, fue imposible mirar a otra muchacha, pues su magnetismo atrapaba a cualquiera.