I
Entre las arenas rojizas del desierto de
Abu-Simbel el castillo de Ramsés II dominaba el lugar. La magia del palacio
atrapaba a todo aquel que accedía a su interior. La puerta se alzaba majestuosa
con unas medidas incalculables. De ese modo lo consideró el propio faraón, pues
creía que el umbral de su palacio así lo merecía.
El portón principal en madera de ébano estaba
tallado con esmero con simbología del país. En su interior, las paredes estaban
decoradas con diversos motivos; a veces sobre lamas de oro; otras, sobre un color
terracota anaranjado y así resaltaban la noble madera de los muebles y puertas.
En las paredes brillaba la fogosidad de las antorchas, lo que creaba un
ambiente acogedor. La limpieza y el orden reinaban por doquier. La servidumbre
se ocupaba de ello en cuerpo y alma. Formaban un total de seis. Rasurados meramente
por higiene, iban cubiertos por turbantes, enrollados de manera, que recordaba
un nido de aves. Uniformados en un blanco impoluto, al igual que el color de
las telas que cubrían sus cabezas.
Entre ellos destacaba Amah; la sirvienta
personal de la reina, que era la encargada de dirigir al servicio. El séquito
de Ramsés admiraba a Nefertari por el trato cercano que de ésta obtenía. Por el
contrario, sentían hacia el faraón un respeto; que en ocasiones, traspasaba la
frontera del miedo.
Los pasillos del palacio, a ambos lados
del salón principal, simulaban un laberinto sin puertas. Alguno de ellos servía
de acceso a la entrada de víveres y mercancías. Las lámparas de aceite, que
permanecían prendidas, desde el amanecer hasta la noche, suplían la escasa luz
natural que se filtraba por las ventanas del lavabo y las cocinas. El salón,
estaba provisto de una cristalera, resguardada por hierros exquisitamente
forjados, que ocupaba casi toda la estancia. Procurando a la sala y al resto de
la primera planta de luz natural.
Por uno de los pasadizos en la parte izquierda
se accedía al lugar con más misterio. Era dónde el faraón acumulaba los trofeos
que obtenía en sus férvidas batallas. Dos guardianes eran los encargados de
salvaguardar las montañas de oro que allí habitaban; junto a enormes jarrones
de la porcelana más fina, procedentes de Asia. Se trataba de una cámara impactante,
dónde las toneladas del noble metal relucían por completo el recinto.
“La cámara de los tesoros”, en la que se
viviría el episodio más nefasto para la reina Nefertari. Desde la trama tejida
desde el odio visceral de Isis-Nefert y su suegra, la reina Tuya. Los vigilantes
permanecían día y noche en su puesto para custodiar aquel valioso espacio.
Nefertari jamás accedió a la sala, a pesar de saber, que contaba con preciados objetos
para el faraón; y aunque él le había insistido en distintas ocasiones, para mostrarle
su poder, su instinto no se lo permitía ¿Qué guardaría para ella “la cámara de
los tesoros”, que una fuerza interior le impedía acceder a su interior?
En la primera planta se ubicaban los dormitorios
de la servidumbre. La decoración era austera; si bien, no exenta de gusto. En
cada una de ellas existían literas de hierro en color negro. Los telares en su
tono natural cubrían las camas y un mueble regio, con un espejo sobre él
guardaba sus ropas; y otro, soportaba las jarras con agua. Los cuartos del
servicio contaban de un aseo provisto de duchas y un lavabo.
En la planta principal se encontraban las
diversas salas en las que Ramsés, se ocupaba de atender los menesteres
políticos. Formaban un total de seis. El resto de cámaras de la residencia,
ubicadas en la segunda y tercera planta eran ocupadas por los reyes y la
primera esposa real. Camas con grandes doseles y telas de diversos colores; en
algunas de ellas lucían en el color natural de la tela sin teñir. En cada uno
de los cuartos se mostraban dibujos en las paredes; sobre un fondo granate o
rojizo con tonalidades azules y amarillas.
Completaban la decoración, vasijas dibujadas
con motivos de la época sobre nobles muebles de madera de nogal, donde guardaban
sus ropas. La soberana supervisaba el trabajo de su séquito. Era exigente y de
un gusto exquisito. Los cuartos de los niños estaban contiguos a la cámara
real.
La gran estructura arquitectónica hacía
del edificio un lugar inmenso. En la parte trasera del palacio se guardaban los
animales más voluptuosos, en estancias cerradas con salida al exterior. Justo
detrás del recinto en el que descansaban los caballos se alojaban diversos
tipos de aves dispuestas en jaulas. Un techado de piedra, trabajado con los
elementos de la fachada, los protegía de las altas temperaturas de la zona.
Los animales eran sagrados para los habitantes
del país. En Egipto se usaban como talismanes para atraer la buena fortuna; por
lo que ocuparon siempre un lugar privilegiado en el núcleo de la realeza. Los
gatos transmutaban su energía; al mismo tiempo que les protegían de todo mal.
En el palacio dos fieles perros negros y tres gatos siameses de ojos azules,
acompañaban a la familia.
Custodiaban la fachada dos figuras impresionantes
de Ramsés, algo que sorprendió a Nefertari el día que accedió al palacio por
vez primera. En un pequeño habitáculo, casi en el centro de la planta principal,
destacaba un pequeño altar. Sutilmente decorado y repleto de amuletos. Era el
lugar dónde la reina recibía a todo aquel que solicitaba ayuda o consejo.
A pocos metros sobresalía una mesa enorme
de piedra gris, con capacidad, para un importante número de comensales.
Alrededor de ésta trece sillas y en cada extremo dos sillones que ocupaban los
monarcas.
En la parte izquierda se encontraban dos
cocinas. Cuatro sirvientes se ocupaban de los menesteres culinarios. En la de
menor dimensión, se almacenaban las vasijas para guisar y resguardaban del
calor los alimentos, en cajas que cerraban de forma hermética. Unas cortinas de
bambú se encargaban de separarlas de la estancia principal. Dos sofás (con cojines
de paja y tela) en colores granate y oro imperaban el salón. Bajo los muebles tres
alfombras de seda de múltiples colores, resguardaban el suelo del calor de
Abu-Simbel y aportaban un toque sofisticado a la sala. Que se alumbrada por
lámparas de cristal y hierro, así proporcionaban claridad a la zona, en las horas
que no imperaba la luz natural.
Durante el día la cristalera que destacaba
en el techo iluminaba el salón. En las paredes pequeñas antorchas resaltaban
los trabajados dibujos que las cubrían. En la parte derecha se encontraba un
cuarto con un baño, un lavamanos y sobre éste lucía un espejo. En la pared un
mueble pequeño con toallas de lino. La estancia se comunicaba con el exterior a
través de una ventana. El inodoro era de piedra de color gris con tapa de
madera oscura. Estaba dotado de un sofisticado método subterráneo, que
eliminaba las aguas fecales, que desembocaban en un río próximo.
Las escaleras, a ambos lados del salón,
ascendían a los dormitorios y a la azotea del palacio. En la segunda planta se
encontraban los aposentos de la familia real.
Isis-Nefert (primera esposa de Ramsés),
ocupaba por completo la planta tercera. La relación con Nefertari era casi
inexistente. Desde la llegada de ésta al palacio no soportaba su exclusión de la
alcoba real. Algo que jamás le perdonaría y ceñiría la trama, junto a la gran
reina Tuya para acabar con su rival. Ramsés mantenía apartada de la vida palaciega
a su primera esposa, quien no se encontraba a gusto entre ellos. Si bien, continuaba
en la residencia real por su amor hacia el heredero de Seti I. Los aposentos de
la rival de Nefertari contenían una cama cubierta por telas de lino en color
natural. Se percibía austeridad en el ambiente y éste, absorbía la negatividad
que portaba Isis-Nefert.
Justo encima de la planta de Isis, un inmenso
mirador ocupaba toda la tercera planta. Lugar desde donde Ramsés controlaba a
sus adversarios, o simplemente, disfrutaba de la noche y observaba las
estrellas. En la parte opuesta a las habitaciones, dos colosos ventanales, les
permitían divisar la inmensidad de las arenas del desierto. La zona se
iluminaba durante la mayor parte del día, gracias a los rayos del rey sol.
Cuando éste se ponía al atardecer la vista era espectacular.
Muy próximo a la cámara real se localizaba
un cuarto para que jugaran los niños y un gran vestidor; donde el servicio se
ocupaba de preparar a Nefertari en los actos importantes; y se guardaban las
ropas de Ramsés. Al lado, se dibujaba una sala que en su centro tenía un mueble
con un dosel, se utilizaba para descansar y jugar con los príncipes.
El
palacio de Ramsés fue diseñado con extremo gusto. Escogió a los mejores arquitectos
y a los más exquisitos decoradores, para que obtuvieran la residencia más fastuosa
de toda la región. Un lugar, dónde el mero hecho de poner un pie dentro de él,
te transportaba a un universo pleno de elegancia.
Al faraón le satisfacía mostrar su
residencia a los invitados, que quedaban asombrados por los objetos que
albergaba y por la esmerada belleza de su distribución. El castillo parecía
surgido de las mismas arenas rojas del desierto…para fundirse con él.