sábado, 14 de enero de 2017

Capítulo 1 "La Magia de Nefertari y la cámara de los tesoros"





                                    I

     Entre las arenas rojizas del desierto de Abu-Simbel el castillo de Ramsés II dominaba el lugar. La magia del palacio atrapaba a todo aquel que accedía a su interior. La puerta se alzaba majestuosa con unas medidas incalculables. De ese modo lo consideró el propio faraón, pues creía que el umbral de su palacio así lo merecía.
     El portón principal en madera de ébano estaba tallado con esmero con simbología del país. En su interior, las paredes estaban decoradas con diversos motivos; a veces sobre lamas de oro; otras, sobre un color terracota anaranjado y así resaltaban la noble madera de los muebles y puertas. En las paredes brillaba la fogosidad de las antorchas, lo que creaba un ambiente acogedor. La limpieza y el orden reinaban por doquier. La servidumbre se ocupaba de ello en cuerpo y alma. Formaban un total de seis. Rasurados meramente por higiene, iban cubiertos por turbantes, enrollados de manera, que recordaba un nido de aves. Uniformados en un blanco impoluto, al igual que el color de las telas que cubrían sus cabezas.
      Entre ellos destacaba Amah; la sirvienta personal de la reina, que era la encargada de dirigir al servicio. El séquito de Ramsés admiraba a Nefertari por el trato cercano que de ésta obtenía. Por el contrario, sentían hacia el faraón un respeto; que en ocasiones, traspasaba la frontera del miedo.
     Los pasillos del palacio, a ambos lados del salón principal, simulaban un laberinto sin puertas. Alguno de ellos servía de acceso a la entrada de víveres y mercancías. Las lámparas de aceite, que permanecían prendidas, desde el amanecer hasta la noche, suplían la escasa luz natural que se filtraba por las ventanas del lavabo y las cocinas. El salón, estaba provisto de una cristalera, resguardada por hierros exquisitamente forjados, que ocupaba casi toda la estancia. Procurando a la sala y al resto de la primera planta de luz natural.
     Por uno de los pasadizos en la parte izquierda se accedía al lugar con más misterio. Era dónde el faraón acumulaba los trofeos que obtenía en sus férvidas batallas. Dos guardianes eran los encargados de salvaguardar las montañas de oro que allí habitaban; junto a enormes jarrones de la porcelana más fina, procedentes de Asia. Se trataba de una cámara impactante, dónde las toneladas del noble metal relucían por completo el recinto.
     “La cámara de los tesoros”, en la que se viviría el episodio más nefasto para la reina Nefertari. Desde la trama tejida desde el odio visceral de Isis-Nefert y su suegra, la reina Tuya. Los vigilantes permanecían día y noche en su puesto para custodiar aquel valioso espacio. Nefertari jamás accedió a la sala, a pesar de saber, que contaba con preciados objetos para el faraón; y aunque él le había insistido en distintas ocasiones, para mostrarle su poder, su instinto no se lo permitía ¿Qué guardaría para ella “la cámara de los tesoros”, que una fuerza interior le impedía acceder a su interior?
     En la primera planta se ubicaban los dormitorios de la servidumbre. La decoración era austera; si bien, no exenta de gusto. En cada una de ellas existían literas de hierro en color negro. Los telares en su tono natural cubrían las camas y un mueble regio, con un espejo sobre él guardaba sus ropas; y otro, soportaba las jarras con agua. Los cuartos del servicio contaban de un aseo provisto de duchas y un lavabo.
     En la planta principal se encontraban las diversas salas en las que Ramsés, se ocupaba de atender los menesteres políticos. Formaban un total de seis. El resto de cámaras de la residencia, ubicadas en la segunda y tercera planta eran ocupadas por los reyes y la primera esposa real. Camas con grandes doseles y telas de diversos colores; en algunas de ellas lucían en el color natural de la tela sin teñir. En cada uno de los cuartos se mostraban dibujos en las paredes; sobre un fondo granate o rojizo con tonalidades azules y amarillas.
     Completaban la decoración, vasijas dibujadas con motivos de la época sobre nobles muebles de madera de nogal, donde guardaban sus ropas. La soberana supervisaba el trabajo de su séquito. Era exigente y de un gusto exquisito. Los cuartos de los niños estaban contiguos a la cámara real.
     La gran estructura arquitectónica hacía del edificio un lugar inmenso. En la parte trasera del palacio se guardaban los animales más voluptuosos, en estancias cerradas con salida al exterior. Justo detrás del recinto en el que descansaban los caballos se alojaban diversos tipos de aves dispuestas en jaulas. Un techado de piedra, trabajado con los elementos de la fachada, los protegía de las altas temperaturas de la zona.
     Los animales eran sagrados para los habitantes del país. En Egipto se usaban como talismanes para atraer la buena fortuna; por lo que ocuparon siempre un lugar privilegiado en el núcleo de la realeza. Los gatos transmutaban su energía; al mismo tiempo que les protegían de todo mal. En el palacio dos fieles perros negros y tres gatos siameses de ojos azules, acompañaban a la familia.
     Custodiaban la fachada dos figuras impresionantes de Ramsés, algo que sorprendió a Nefertari el día que accedió al palacio por vez primera. En un pequeño habitáculo, casi en el centro de la planta principal, destacaba un pequeño altar. Sutilmente decorado y repleto de amuletos. Era el lugar dónde la reina recibía a todo aquel que solicitaba ayuda o consejo.
     A pocos metros sobresalía una mesa enorme de piedra gris, con capacidad, para un importante número de comensales. Alrededor de ésta trece sillas y en cada extremo dos sillones que ocupaban los monarcas.
     En la parte izquierda se encontraban dos cocinas. Cuatro sirvientes se ocupaban de los menesteres culinarios. En la de menor dimensión, se almacenaban las vasijas para guisar y resguardaban del calor los alimentos, en cajas que cerraban de forma hermética. Unas cortinas de bambú se encargaban de separarlas de la estancia principal. Dos sofás (con cojines de paja y tela) en colores granate y oro imperaban el salón. Bajo los muebles tres alfombras de seda de múltiples colores, resguardaban el suelo del calor de Abu-Simbel y aportaban un toque sofisticado a la sala. Que se alumbrada por lámparas de cristal y hierro, así proporcionaban claridad a la zona, en las horas que no imperaba la luz natural.
     Durante el día la cristalera que destacaba en el techo iluminaba el salón. En las paredes pequeñas antorchas resaltaban los trabajados dibujos que las cubrían. En la parte derecha se encontraba un cuarto con un baño, un lavamanos y sobre éste lucía un espejo. En la pared un mueble pequeño con toallas de lino. La estancia se comunicaba con el exterior a través de una ventana. El inodoro era de piedra de color gris con tapa de madera oscura. Estaba dotado de un sofisticado método subterráneo, que eliminaba las aguas fecales, que desembocaban en un río próximo.
     Las escaleras, a ambos lados del salón, ascendían a los dormitorios y a la azotea del palacio. En la segunda planta se encontraban los aposentos de la familia real.
     Isis-Nefert (primera esposa de Ramsés), ocupaba por completo la planta tercera. La relación con Nefertari era casi inexistente. Desde la llegada de ésta al palacio no soportaba su exclusión de la alcoba real. Algo que jamás le perdonaría y ceñiría la trama, junto a la gran reina Tuya para acabar con su rival. Ramsés mantenía apartada de la vida palaciega a su primera esposa, quien no se encontraba a gusto entre ellos. Si bien, continuaba en la residencia real por su amor hacia el heredero de Seti I. Los aposentos de la rival de Nefertari contenían una cama cubierta por telas de lino en color natural. Se percibía austeridad en el ambiente y éste, absorbía la negatividad que portaba Isis-Nefert.
     Justo encima de la planta de Isis, un inmenso mirador ocupaba toda la tercera planta. Lugar desde donde Ramsés controlaba a sus adversarios, o simplemente, disfrutaba de la noche y observaba las estrellas. En la parte opuesta a las habitaciones, dos colosos ventanales, les permitían divisar la inmensidad de las arenas del desierto. La zona se iluminaba durante la mayor parte del día, gracias a los rayos del rey sol. Cuando éste se ponía al atardecer la vista era espectacular.
      Muy próximo a la cámara real se localizaba un cuarto para que jugaran los niños y un gran vestidor; donde el servicio se ocupaba de preparar a Nefertari en los actos importantes; y se guardaban las ropas de Ramsés. Al lado, se dibujaba una sala que en su centro tenía un mueble con un dosel, se utilizaba para descansar y jugar con los príncipes.
      El palacio de Ramsés fue diseñado con extremo gusto. Escogió a los mejores arquitectos y a los más exquisitos decoradores, para que obtuvieran la residencia más fastuosa de toda la región. Un lugar, dónde el mero hecho de poner un pie dentro de él, te transportaba a un universo pleno de elegancia.
     Al faraón le satisfacía mostrar su residencia a los invitados, que quedaban asombrados por los objetos que albergaba y por la esmerada belleza de su distribución. El castillo parecía surgido de las mismas arenas rojas del desierto…para fundirse con él.






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