miércoles, 28 de septiembre de 2016

Nora Bold...capítulo 2





     Nora Bold la chica más inteligente del instituto y la más hermosa. Corría el año 1956 y se había apostado con su gran amiga Mae a ver quién de las dos entraba primero en una relación. Para Nora era algo que le traía sin cuidado, nunca hizo caso a ninguno de los jóvenes que bebían los vientos por ella, y por esa forma de caminar entre diva y sabelotodo. Mezclado con una ingenuidad que la volvía adorable.
     Mae estaba enamorada desde el verano anterior del atlético John Haverd. Cada vez que compartían las canchas de baloncesto, ella como animadora con su mini falda blanca y su jersey rojo y blanco. Y él con su traje de deportista, que lo convertía en un auténtico dios en la tierra, Mae creía morir de la emoción. Algo que Nora no comprendía. Sí, era cierto, John Haverd era muy guapo, sin descontar su atractivo, pero hasta ese extremo…no, no lo comprendía. Para Nora el amor era otra cosa, algo que no había sentido todavía. Algún muchacho le había llamado la atención, otros la habían enternecido y varios, tenían su amistad sincera, pero desconocía lo que su amiga sentía hacia John.
     ―¿Vas a venir el domingo a la barbacoa que se celebra en casa de los Harris?
     ―¿Barbacoa? Es la primera noticia que tengo ―respondió Nora mientras colocaba la parte trasera de la cintura de su pantalón.
     ―Seguro que tus padres están invitados.
     ―Puede ser. Si es así, nos veremos el domingo ―aportó sin gran entusiasmo.
     ―Nora, ¿qué piensas hacer cuando finalices el instituto?
     ―Quiero ser médico, como mi padre.
     ―¿En serio? ―Mae se conformaba con que John Haverd la invitara a salir y le pidiera matrimonio.
     ―¿Qué harás tú cuando termines los estudios aquí? ―preguntó Nora para desubicarla por completo.
     ―Pues…―carraspeó― Puede que estudie para ser profesora, como la señorita Bird ―se inventó en un instante.
     Finalizaba el viernes y las chicas recogían los libros que estaban sobre la mesa de la clase. El señor Larson (profesor de matemáticas) ponía sobre la tarima el maletín que acababa de cerrar.
     ―Buen fin de semana, muchachos ―dijo Larson con la alegría de saber que durante dos días no volvería a ver a ninguno de ellos.
     ―Que tenga usted un agradable fin de semana, profesor ―respondió una muchacha de la primera fila.
     El domingo bien temprano la señora Brenda preparaba lo necesario para salir hacia casa de los Harris. Ya estaba el desayuno dispuesto sobre la mesa. Y una tarta de queso con arándanos, que había envuelto de manera elegante para obsequiar con él a la señora Harris. Ella ya estaba a punto para salir, había desayunado hacía un par de horas un café con leche sin nada más. Encima de la tarima había tortitas de maíz recién hechas, una tarta de chocolate, huevos revueltos y una jarra de zumo de naranja recién exprimido. El café aromatizaba toda la parte inferior de la vivienda despertando con su aroma a todo aquel que se dejaba enamorar por Morfeo.
     Brenda observaba su imagen en el espejo de la entrada. Era muy bonita, a ella le gustaría no tener alguna arruguita que otra en el contorno de sus ojos tan lindos, pero era consciente de que eran la expresividad de su risa contagiosa. Era muy feliz, siempre soñó con tener la familia que ahora poseía y verse ya una mujer en sus cincuenta años, le parecía imposible. Qué rápido pasa la vida ―pensaba, no sin razón― El espejo le devolvía su figura de un lado, después del otro. Acicalaba su melena dorada y colocaba con destreza algunos rizos que la noche anterior la habían desafiado con la almohada. En eso estaba cuando bajó el señor Bold.
     ―Eres muy bonita, Brenda ―le obsequió mientras besaba su cuello de cisne.
     ―¡Oh James! Qué tonto eres, ya no soy la niña que te enamoró ―dijo para ver su reacción.
     ―No seas mala, presumida. Sé que dices eso para que te diga lo preciosa que estás ―El señor Bold giró la cintura de Brenda con dulzura, y tomó su rostro entre las manos para besarla despacio, muy despacio en la comisura de los labios.
     ―¿Interrumpo? ―dijo Nora desde la mitad del salón.
     Los Bold rompieron a reír y Brenda se colocó con disimulo el pantalón y el jersey que cubría buena parte de su cuerpo, como si nada hubiera pasado. Para Nora descubrir en esa actitud a sus padres era lo más hermoso que pudiera sucederle. Tanto ella como Lisa habían crecido con el calor y el cariño de unos padres, que se amaban sobre todas las cosas. Por eso pensaba Nora si encontraría un hombre tan maravilloso como su padre.
     Lisa bajó en ese instante y juntos degustaron el delicioso desayuno que la señora Brenda había preparado con tanto esmero. Después hacia casa de los Harris, donde les aguardaban varios juegos de cartas, algún que otro juego de pelota. Y una piscina que invitaba a los asistentes a pasar el calor de aquellas tierras que nunca descendía de los 25 grados.
     Sam estaba invitado a la barbacoa y durante todo el día estuvo detrás y delante de Lisa, quien se sentía como una artista del Hollywood más sofisticado. Nora nadó, jugó al baloncesto y le ganó dos partidas de cartas al hijo del señor Harris. Reía, reía sin cesar, le encantaba ganar. Era una competidora nata.
     ―¿Has visto? He vuelto a ganar ―le decía a su contrincante.
     ―Ya, ya veo ―respondía Dhon Harris, quien alguna de las veces se dejaba ganar.
     El hijo del señor Harris estaba convencido en que más tarde o más temprano, Nora caería en sus brazos, hacía muchos años que le gustaba, desde niños. Sabía que Nora era una muchacha difícil de conquistar y por ello, le gustaba todavía más. A ella Dhon le parecía un muchacho entrañable y muy apuesto, pero nunca había visto más allá. No venía nada en él que le atrajera sexualmente. Conocía que él confiaba en conquistarla, pero era un buen muchacho y se conocían desde siempre, por lo que no le molestaba nunca, sino todo lo contrario.
     Por la noche regresaron a su casa, Lisa quería saber qué había pasado entre Nora y el joven Harris.
     ―¿Qué has de contarme, Nora? ―preguntó Lisa a su hermana mientras ambas se aseaban para introducirse en la cama.
     ―¿Qué he de contarte, sobre qué? ―Nora la miró, como sólo ella sabía hacerlo.
     ―Ya sabes, sé que Dhon está por tus huesos desde que éramos pequeños. Te ha dejado ganar unas cuantas veces, ¿no te has dado cuenta?
     ―¡Qué dices! Jamás permitiría que nadie me dejara ganar ―dijo presuntuosa.
     ―Mae también lo ha dicho
     ―Te lo estás inventado, estoy segura.


 Laura Fernández.





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