Ese año las
fiestas de Bimpermiht finalizaron antes de tiempo. Para Nora, fueron tan cortas
que todavía escuchaba en su memoria el ruido del carrusel de la feria ambulante
que se levantaba cerca de su casa. Nora Bold una estudiante de cuarto curso que
soñaba despierta y sólo pensaba en salir a bailar con su amiga Mae. Su hermana
Lisa y el grandilocuente Sam Jones que no se apartaba de ella, entraban y
salían de la habitación de Nora esa mañana.
―Date prisa
Nora, Sam hace más de media hora que me molesta. Salgamos ya hacia el río, en
dos semanas comienzan de nuevo las clases ―replicaba Lisa desde el quicio de la
puerta de su hermana― Vamos, rápido.
Nora Bold era
una joven de diecisiete años con una mente privilegiada para los números. El
curso anterior finalizó con las notas más altas de su clase. Tomaba clases de
danza y estaba dotada de una voz que su profesor particular no había escuchado
antes en ninguna de sus alumnas. Era una chica sencilla, su prenda favorita
eran los vaqueros y las camisas atadas a la cintura, en sus pies zapatos planos
de bailarina. Solía llevar el pelo suelto, lo tenía rizado y negro como el
carbón antes de quemar, sus ojos violetas descubrían una mirada sincera y unos
labios carnosos la volvían apetecible para la mayoría de los muchachos de su
pueblo natal.
―Enseguida
termino, Lisa ―respondió Nora a su hermana mientras colocaba una cinta roja en
su pelo.
Sam Jones
hacía más de año y medio que iba tras Lisa, la creía la mujer de sus sueños,
pero ella lo tenía como un amigo. A pesar de ello, el joven no perdía la
esperanza ni la ilusión de que en algún día, en algún momento ella cambiara de
parecer y le viera con otros ojos. Sam era un chico apuesto, alto y con una
musculatura trabajada en la fábrica que dirigía su padre. De mirada penetrante
y ojos como el mar en calma. Era un buen muchacho, no tenía ninguna prisa en
conquistar a Lisa, pensaba que tarde o temprano ella caería en sus brazos
totalmente enamorada.
―¿Quién se
atreve a tirarse de cabeza? ―preguntó Sam creyendo que ninguna de las dos iba a
responderle.
―Yo, misma ―dijo
Nora, no sin antes dejar boquiabierto al musculado joven.
―Nora, ¿qué
vas a hacer? Recuerda aquella vez que subiste al árbol del señor Jones y
después tuviste una herida en la pierna que no cicatrizó hasta varios meses ―replicaba
Lisa, algo asustada.
―Este Sam,
cree que las mujeres somos de otra pasta. Alguien tendrá que hacerle ver lo
contrario ―respondió desafiante Nora.
―Vaya, vaya, Nora. Eres la chica más
atrevida que he conocido ―dijo presumido Sam― A ver si eres capaz de tirarte de
cabeza y llegar más lejos de lo que voy a hacerlo yo ―le habló sonriente.
―Nora, por
favor no le hagas caso, te lo ruego. Vais a conseguir que me enfade ―Nora reía
mientras su hermana se desesperaba al saberla capaz de cualquier cosa.
―¿Quién dijo
miedo? ―gritó Nora mientras se zambullía de cabeza en el río y se perdía entre
sus aguas verdes, para cruzar un buen trecho antes de asomar la cabeza a la
superficie.
Tras de ella
fue Sam y por supuesto, llegó más lejos que ella. Aquellos brazos trabajados le
ayudaron a ello.
―¡Gané, Nora!
―No tenéis
remedio, me voy ―habló indignada Lisa por el mal rato que había pasado.
―¡Ey Lisa! ¿Ni
siquiera vas a bañarte en el río? ―Nora se sintió mal ante la decisión de su
hermana.
―Sois idiotas,
adiós.
Nora y Sam
salieron del agua en busca de Lisa, labor bastante difícil teniendo en cuenta
lo resbaladizas que estaban esa mañana las piedras que bordeaban el río. Lisa
no entraba en razón había recorrido ya un buen trecho y ellos, mientras se
colocaban los zapatos y algo de ropa la perdieron de vista. Al regresar a casa
Lisa estaba sobre la cama llorando, había planeado esa visita al río con
ilusión y su hermana le hizo quedar en evidencia…algo que ocurría a menudo.
―Venga Lisa,
no te lo tomes así. Ya sabes cómo soy, me gustan los retos, no pensé jamás que
ibas a tomártelo de ese modo.
―Desde que
tengo recuerdo tengo que estar pendiente de todo lo que haces, no temes a nada.
Yo, sin embargo, hubiera sido incapaz de zambullirme de cabeza en el río,
además a esa altura que lo has hecho tú. Me siento torpe, Nora ―hablaba entre
sollozos sinceros y sentidos.
―Discúlpame
Lisa, no te enfades conmigo. Sam se ha quedado disgustado con tu marcha, ese
chico está por ti, lo sabes.
―¿Y eso qué
importa? Sam es para mí un amigo nada más ―respondió negando que le gustara lo
que su hermana le había dicho.
Brenda, la madre
de ambas escuchó alboroto en la habitación de las chicas.
―¿Qué sucede?
¿Otra vez estáis de discusión?
―Mamá, Nora
conseguirá un día hacerse mucho daño ―habló Lisa ante la mirada penetrante y
desafiante de su hermana.
―¿Qué ha
pasado, Nora? ¿A dónde te has encaramado esta vez?
―No ha sido
nada, mamá. Sam me ha retado a tirarme de cabeza en el río y nadar para ver
quién de los dos ganaba ―dijo con voz melodramática y convincente.
―Nora, me
obligarás a castigarte todo el sábado y el domingo por la mañana. Sé que eres
fuerte y valiente, pero no puedes desafiar a la ley de la gravedad
constantemente, porque un día te darás de bruces en el suelo y después habrá
que correr hacia el hospital ―Brenda cerró de un portazo la puerta de la
habitación de las muchachas.
Brenda y James
(padres de las chicas) vivían en una casa acomodada en las afueras del pueblo.
Ella se ocupaba de las labores de la casa y la educación de las chicas y el
señor James era el médico del lugar. Era un matrimonio bien avenido que se casó
recién estrenada la veintena, una pareja de esas de toda la vida, de esos
amores que se filtran en tu corazón a la par que en tu cerebro en cuanto besas
a la otra persona. Llevaban juntos desde la primera adolescencia de ambos. El señor
James adoraba a su esposa, la seguía viendo como la niña que conoció en la
puerta de la escuela a los dieciséis años. Era un hombre dulce y entrañable con
una mirada serena que transmitía toda la paz que tenía dentro. Tenía unas manos
poderosas con las que hacía el bien a todo el condado, decían que había
heredado un don de su abuela paterna, aunque él no hacía caso de esas cosas y
decía que todo era gracias a la medicina. James era un hombre noble con el pelo
cano y un fino bigote que conservaba todavía su color natural. Una mirada como
la miel transmitía una seguridad imposible de imitar en todo aquel que le
conocía.
Brenda, la
madre de Nora y Lisa y esposa de James era una mujer muy bonita. Llevaba el
pelo a media espalda desde su más tierna juventud, unos bucles organizados,
dorados y castaños embellecían aquel cuerpo escultural y bello. Era una mujer
elegante, ella misma confeccionaba la ropa que vestía, fue algo innato en ella,
jamás lo aprendió de nadie. Tenía una mirada penetrante de un verde y amarillo
difícil de contemplar sin quedar completamente ensimismado entre su hechizo. En
su juventud, cuidaba niños en su domicilio, su gran vocación fue ser madre y el
destino le obsequió con las dos niñas más bonitas de todo Bimpermiht. El señor
Bold jamás amó a otra mujer que no fuera Brenda y cuando lo hizo, fue imposible
mirar a otra muchacha, pues su magnetismo atrapaba a cualquiera.
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