domingo, 11 de septiembre de 2016

Nora Bold



                                    


     Ese año las fiestas de Bimpermiht finalizaron antes de tiempo. Para Nora, fueron tan cortas que todavía escuchaba en su memoria el ruido del carrusel de la feria ambulante que se levantaba cerca de su casa. Nora Bold una estudiante de cuarto curso que soñaba despierta y sólo pensaba en salir a bailar con su amiga Mae. Su hermana Lisa y el grandilocuente Sam Jones que no se apartaba de ella, entraban y salían de la habitación de Nora esa mañana.
     ―Date prisa Nora, Sam hace más de media hora que me molesta. Salgamos ya hacia el río, en dos semanas comienzan de nuevo las clases ―replicaba Lisa desde el quicio de la puerta de su hermana― Vamos, rápido.
     Nora Bold era una joven de diecisiete años con una mente privilegiada para los números. El curso anterior finalizó con las notas más altas de su clase. Tomaba clases de danza y estaba dotada de una voz que su profesor particular no había escuchado antes en ninguna de sus alumnas. Era una chica sencilla, su prenda favorita eran los vaqueros y las camisas atadas a la cintura, en sus pies zapatos planos de bailarina. Solía llevar el pelo suelto, lo tenía rizado y negro como el carbón antes de quemar, sus ojos violetas descubrían una mirada sincera y unos labios carnosos la volvían apetecible para la mayoría de los muchachos de su pueblo natal.
     ―Enseguida termino, Lisa ―respondió Nora a su hermana mientras colocaba una cinta roja en su pelo.
     Sam Jones hacía más de año y medio que iba tras Lisa, la creía la mujer de sus sueños, pero ella lo tenía como un amigo. A pesar de ello, el joven no perdía la esperanza ni la ilusión de que en algún día, en algún momento ella cambiara de parecer y le viera con otros ojos. Sam era un chico apuesto, alto y con una musculatura trabajada en la fábrica que dirigía su padre. De mirada penetrante y ojos como el mar en calma. Era un buen muchacho, no tenía ninguna prisa en conquistar a Lisa, pensaba que tarde o temprano ella caería en sus brazos totalmente enamorada.
     ―¿Quién se atreve a tirarse de cabeza? ―preguntó Sam creyendo que ninguna de las dos iba a responderle.
     ―Yo, misma ―dijo Nora, no sin antes dejar boquiabierto al musculado joven.
     ―Nora, ¿qué vas a hacer? Recuerda aquella vez que subiste al árbol del señor Jones y después tuviste una herida en la pierna que no cicatrizó hasta varios meses ―replicaba Lisa, algo asustada.
     ―Este Sam, cree que las mujeres somos de otra pasta. Alguien tendrá que hacerle ver lo contrario ―respondió desafiante Nora.
     ―Vaya, vaya, Nora. Eres la chica más atrevida que he conocido ―dijo presumido Sam― A ver si eres capaz de tirarte de cabeza y llegar más lejos de lo que voy a hacerlo yo ―le habló sonriente.
     ―Nora, por favor no le hagas caso, te lo ruego. Vais a conseguir que me enfade ―Nora reía mientras su hermana se desesperaba al saberla capaz de cualquier cosa.
     ―¿Quién dijo miedo? ―gritó Nora mientras se zambullía de cabeza en el río y se perdía entre sus aguas verdes, para cruzar un buen trecho antes de asomar la cabeza a la superficie.
     Tras de ella fue Sam y por supuesto, llegó más lejos que ella. Aquellos brazos trabajados le ayudaron a ello.
     ―¡Gané, Nora!
     ―No tenéis remedio, me voy ―habló indignada Lisa por el mal rato que había pasado.
     ―¡Ey Lisa! ¿Ni siquiera vas a bañarte en el río? ―Nora se sintió mal ante la decisión de su hermana.
     ―Sois idiotas, adiós.
     Nora y Sam salieron del agua en busca de Lisa, labor bastante difícil teniendo en cuenta lo resbaladizas que estaban esa mañana las piedras que bordeaban el río. Lisa no entraba en razón había recorrido ya un buen trecho y ellos, mientras se colocaban los zapatos y algo de ropa la perdieron de vista. Al regresar a casa Lisa estaba sobre la cama llorando, había planeado esa visita al río con ilusión y su hermana le hizo quedar en evidencia…algo que ocurría a menudo.
     ―Venga Lisa, no te lo tomes así. Ya sabes cómo soy, me gustan los retos, no pensé jamás que ibas a tomártelo de ese modo.
     ―Desde que tengo recuerdo tengo que estar pendiente de todo lo que haces, no temes a nada. Yo, sin embargo, hubiera sido incapaz de zambullirme de cabeza en el río, además a esa altura que lo has hecho tú. Me siento torpe, Nora ―hablaba entre sollozos sinceros y sentidos.
     ―Discúlpame Lisa, no te enfades conmigo. Sam se ha quedado disgustado con tu marcha, ese chico está por ti, lo sabes.
     ―¿Y eso qué importa? Sam es para mí un amigo nada más ―respondió negando que le gustara lo que su hermana le había dicho.
     Brenda, la madre de ambas escuchó alboroto en la habitación de las chicas.
     ―¿Qué sucede? ¿Otra vez estáis de discusión?
     ―Mamá, Nora conseguirá un día hacerse mucho daño ―habló Lisa ante la mirada penetrante y desafiante de su hermana.
     ―¿Qué ha pasado, Nora? ¿A dónde te has encaramado esta vez?
     ―No ha sido nada, mamá. Sam me ha retado a tirarme de cabeza en el río y nadar para ver quién de los dos ganaba ―dijo con voz melodramática y convincente.
     ―Nora, me obligarás a castigarte todo el sábado y el domingo por la mañana. Sé que eres fuerte y valiente, pero no puedes desafiar a la ley de la gravedad constantemente, porque un día te darás de bruces en el suelo y después habrá que correr hacia el hospital ―Brenda cerró de un portazo la puerta de la habitación de las muchachas.
     Brenda y James (padres de las chicas) vivían en una casa acomodada en las afueras del pueblo. Ella se ocupaba de las labores de la casa y la educación de las chicas y el señor James era el médico del lugar. Era un matrimonio bien avenido que se casó recién estrenada la veintena, una pareja de esas de toda la vida, de esos amores que se filtran en tu corazón a la par que en tu cerebro en cuanto besas a la otra persona. Llevaban juntos desde la primera adolescencia de ambos. El señor James adoraba a su esposa, la seguía viendo como la niña que conoció en la puerta de la escuela a los dieciséis años. Era un hombre dulce y entrañable con una mirada serena que transmitía toda la paz que tenía dentro. Tenía unas manos poderosas con las que hacía el bien a todo el condado, decían que había heredado un don de su abuela paterna, aunque él no hacía caso de esas cosas y decía que todo era gracias a la medicina. James era un hombre noble con el pelo cano y un fino bigote que conservaba todavía su color natural. Una mirada como la miel transmitía una seguridad imposible de imitar en todo aquel que le conocía.
     Brenda, la madre de Nora y Lisa y esposa de James era una mujer muy bonita. Llevaba el pelo a media espalda desde su más tierna juventud, unos bucles organizados, dorados y castaños embellecían aquel cuerpo escultural y bello. Era una mujer elegante, ella misma confeccionaba la ropa que vestía, fue algo innato en ella, jamás lo aprendió de nadie. Tenía una mirada penetrante de un verde y amarillo difícil de contemplar sin quedar completamente ensimismado entre su hechizo. En su juventud, cuidaba niños en su domicilio, su gran vocación fue ser madre y el destino le obsequió con las dos niñas más bonitas de todo Bimpermiht. El señor Bold jamás amó a otra mujer que no fuera Brenda y cuando lo hizo, fue imposible mirar a otra muchacha, pues su magnetismo atrapaba a cualquiera.







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