jueves, 14 de agosto de 2014

La roca


    Una vez más el agua despiadada golpeaba mecánicamente día tras día la misma roca, moldeándola a su antojo. Dibujando formas inventadas con sus olas. La insistencia del salado marino bordeaba lo locuaz de su figura.
Tan sólo era una roca, una roca salvaje. Yacía en el mismo lugar desde los siglos de los siglos. ¿Cuántos rayos de sol habría recibido sin quejarse? el yodo y la sal cubrían su cuerpo. Y allí permanecía perenne, obsoleta, sin quejarse. Ola tras ola, oleaje tras oleaje.
Algunos marinos habían pisado su figura y ella, sin decir nada, les dejó subir y bajar sobre sí.
Tan sólo era una roca, una piedra tallada por el agua al borde de una cala escondida y recóndita.
Una noche de tormenta, pensó que se moría, las olas no cesaban en su empeño por destruirla.
Pensó por un momento convertirse en arena, aunque la noche cesó y después de la tormenta, un sol brillante y luminoso secó la sal sobre ella.
A su alrededor grandes moles de arena rocosa la resguardaban, dándole cobijo, de todos modos sería fuerte y, si bien, podrían moldearla y desdibujar su bonita figura. No permitiría que nadie la convirtiera en arena.
Sería roca, roca salvaje para siempre, besando el mar que la acariciaba todas las mañanas y al anochecer.
Disfrutando del sol, de su calor y color. Del aroma del mar.....del dolor.



Sé como la roca fuerte y potente, que nada ni nadie consiga convertirte en arena, pero recuerda: el agua no rompe la roca por su fuerza sino por su constancia. Sé la gota que nunca cesa en su empeño por salir hacia adelante.



Laura Fernández.

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