Y adentrándose en la Tierra formó parte de ella. Sintiéndose por una vez parte universal del Todo.
Sin sentirse apenas nueva el amanecer resplandeció su rostro.
Creyó en lo que no se ve, viviendo desde lo más interno del paraíso maltrecho de su cuerpo. Se sintió libre.
Se dejaba llevar por el arrullo del agua que pasaba bajo sus pies, le hacían pensar que formaba parte de ella.
Que era ella quien le amaba, que era ella por quien vivía.
Sintió el magnetismo que la arrastraba hacia lo más hondo, donde una electricidad magnética la absorbía hacia dentro, mucho más de lo que ella misma hubiese deseado.
Y adentrándose en la Tierra fue cuando se sintió conforme consigo misma, ya eran una.
Dejó volar su imaginación mientras su corazón latía con pequeños y sonoros latidos románticos.
Comenzó a quererse. Por un instante sintió que era otra, lo que brotaba desde sus pies hacia lo más profundo de la Tierra, la convertía en la persona más grande.
Se amó intensamente, como jamás hizo antes y, una lágrima traviesa, recorrió con suavidad su pálido rostro.
La alegría transformó su faz, la convirtió en la más bella de entre las ninfas del lugar.
Dio alas a su alma y perdonó por siempre el dolor inmenso que sentía su dañado corazón.
Y adentrándose en la Tierra, ya nada podría pararla. Sus pies anclados y firmes se enraizaron con Gaia.
La transportaron hacia otros mundos, en los que ella había habitado antes.
No lo recordó hasta ese mismo instante...mas ella había transitado por aquellos lugares.
Volvió sin dejar de soltar sus pies de la naturaleza. Se sintió en otros mundos, en otras tierras.
Así sintió los recuerdos vividos, para anhelar la belleza compartida tantos siglos atrás.
Se quería más que nunca. Su mirada lánguida y triste tomó un cariz enigmático, como el del que sabe lo preciso para continuar en la Tierra.
Y adentrándose en la Tierra sus ojos brillaron de alegría. No comprendía lo que estaba sucediendo.
Sin considerarse importante, se sentía feliz, plena. Ahora estaba realmente alegre.
Sus pies anclados y firmes le devolvieron la seguridad que ella precisaba para sobrevivir en la Tierra.
Alzó sus brazos al infinito con sus palmas bien abiertas hacia el cielo.
Dándole gracias a quien la ayudaba, sentía, desde lo más profundo de su ser que debía hacerlo.
Gaia la acogió fuertemente, gracias a quien tanto le hizo sufrir, gracias a quien tanto la había amado, para ahora saberse amar ella.
Y adentrándose en la Tierra fue por siempre feliz.
Laura Fernández.
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