martes, 25 de diciembre de 2012

Rompiendo agua de colores

Ya de noche se hizo notar, estando en casa de mi hermana Elvira, me asusté cuando al ir al baño, el papel se tiñó en su rojo color. Había muchas personas cenando allí, todas se asustaron mucho más que yo, que no dí importancia a lo que pasaba. Mi hermana llamó al hospital que me correspondía, la antigua clínica Rotger, dónde casualmente también nací yo. Pensando en mi poca experiencia, mandaron venir a la comadrona de turno, creyendo que nos presentaríamos allí esa misma noche. Pero yo había ido a las clases pre- parto y estaba muy tranquila. Intuía que no pasaba nada, mi esposo estuvo observándome durante bastante rato al llegar a casa, después de la cena del día 23 y me sentía muy bien. Así que me quedé dormida.
A la mañana siguiente, un sol resplandeciente lucía en el cielo de mi querida isla. Desperté para darme cuenta de que parecía que algo mojado estaba en mi sábana. ¡Había roto aguas!, pero apenas mojé nada. En las clases pre- parto, nos había advertido de qué color debían ser. Si estas eran verdes significaba que el bebé, había ensuciado con sus heces el líquido amniótico y había que ir con rapidez a la clínica. Ninguno de mis dos hijos fue fácil para mí, como ven.
Lo primero que hice fue llamar a mis padres, para decirles que nos íbamos al hospital. Yo estaba perfectamente, pero las aguas eran verdes y era urgente. Tranquilicé a mi madre, pues no tenía dolores ni nada y nos fuimos los cuatro hacía la clínica.
Para mi sorpresa al llegar me dijeron que me habían estado esperando durante toda la noche. La comadrona acababa de irse a descansar...Ingresé de urgencias un 24 de diciembre del año 1989, en una mañana soleada, realmente preciosa.
Volvieron a llamar a la comadrona, quien habiendo pasado toda la noche de guardia, venía rechinando dientes. ¡Qué día me iba a hacer pasar!. Entró cual sargento de guardia, una mujer menuda...¡menuda mujer!. Me preguntó por qué no había ido por la noche, yo la miré extrañada, solamente habíamos llamado para preguntar, pues nos habíamos asustado.
Al saber que tenía las aguas verdes, tratándome de manera militar, seca y dura.Sin pestañear me dijo que tenían que provocarme el parto, porque el bebé comía porquería. Y allí me ven, con el suero del dolor (como yo le llamo),porque yo estaba tan tranquila. Y de repente el sol que entraba por aquella preciosa habitación, se quedó grabado en mi mente, sintiendo lentamente el goteo del suero que dilataba mi cuerpo, llenándome de dolor. Recuerdo que me levantaba, no podía soportar el dolor, no decía nada. Me levantaba y me sentaba en la cama, mi madre me reprendía muy fuerte, diciéndome que iba a hacer daño al bebé, pero es que dolía mucho.
Así pasé seis largas horas, las seis vomitando. La maravillosa comadrona no se dignó a entrar en la habitación durante esas seis larguísimas horas, como queriéndome castigar, por haber llamado la noche anterior.
Mi madre la pobre, muy asustada, palangana tras palangana, vaciándolas en el wáter. Yo ya no podía más, seguía sin decir nada. Era tan joven, que pensé que aquellos vómitos de seis horas de duración, eran por un zumo de melocotón que me habían dado al ingresar.
Ya mi madre se cansó y fue en busca de la amable señora, que traía los niños a este mundo. Asustada le dijo: escuche, mi hija se va a deshidratar, lleva seis horas vomitando sin parar. Ella le hizo la burla, muy chula, pero vino a verme por fin a la habitación. No debió verme muy bien, cuando enseguida me prepararon para el quirófano. Se acabó el sufrimiento, los vómitos y el dolor, después de seis largas horas, ya ni sé cómo estaba el sol, pues no brillaba ya en el mismo lugar.
Lo próximo que recuerdo es algo maravilloso; mi cama llena de todos mis más queridos familiares: mi esposo, mi padre, mi hermano, mi cuñada, mi madre, no sé si había alguien más a mi alrededor. Me había hecho el parto dirigido sin yo pedirlo, pero lo agradezco, al menos dejé de sentir dolor y de vomitar.
Lo primero que pregunté fue si era una niña, me habían estado diciendo un montón de personas que llevaba un niño, por la forma de mi barriga, por la forma de mi rostro y por mil cosas más. Compré todo en azul, pero yo quería una niña.
¡Es una niña! me dijo una de ellos, sabiendo mi ilusión por un bebé femenino. No puedo explicar la alegría que sentí, mezclada con sorpresa. ¡Qué regalo tan maravilloso! no me lo podía creer. Y empecé a decir: ¡Una niña, lo que yo quería!, repitiéndolo todavía medio dormida por la anestesia, haciendo así llorar a todos los que estaban alrededor de mi cama. A mi padre le dio una subida de tensión, de la emoción en ese momento y se le reventaron algunas venitas de los ojos. Todos lloraban, y al rato la vi......
Pesó cuatro quilos, era enorme, lo primero que pensé al verla era lo mucho que me recordaba a su papá. Su cabeza con un pequeño bulto por lo mucho que había sufrido durante las seis horas y  que por lo mucho que sufrió en el momento del parto. Era un bebé precioso, con una inmensa mata de pelo, muy guapa.
¡Qué bebé más bueno!, había que despertarla para que tomara el biberón. Nunca antes me había sentido tan feliz, ya era la hora de la cena, siendo Nochebuena todos se fueron a sus casas a celebrar, nosotros nos quedamos allí a celebrarlo con ella, mi esposo y yo. La Nochebuena más importante de toda mi vida.

Para el precioso bebé que conmigo sufrió seis largas horas y que siempre me hizo tan feliz. Hoy una bella, muy bella mujer, que el día de Nochebuena cumplió 23 años.......su nombre Samanta.


Laura Fernández

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