Hoy es un día importante para mí. Hace quince años que volví a nacer, supongo que no sería el momento de irme,por eso sigo aquí. Es un homenaje a todas las personas que me quieren y estuvieron a mi lado. Pero sobre todo a mi marido y a mis dos hijos, que sufrieron cada uno a su manera.
Estaba de ocho meses, el día anterior había estado en mi ginecóloga, quien pensó que irse de vacaciones de semana santa, sería más divertido que atender mi parto y me lo adelantó nada menos que un mes. Me citó para la mañana siguiente muy temprano en el hospital. Ese día fui a comprar el regalo de mi madre, con toda mi barriga conmigo, pues sería pronto su cumpleaños y terminé de hacer las últimas compras. Ah, también fui a la peluquería, antes muerta que sencilla.
Por la mañana bien temprano nos fuimos para la clínica, mi familia asustada, pues no entendían porqué me ingresaban estando de ocho meses recién cumplidos. La comadrona no me encontraba en el hall del hospital, pues no se me notaba mucho el embarazo estando de espaldas. Y cara de parturienta como que no tenía. Ella no se explicaba qué hacía allí, yo menos.
Me dieron una habitación y me dijo que me iban a provocar el parto, ella no entendía el motivo,pero ya saben que nadie tira piedras en su propio tejado y aunque no estaba muy conforme hizo su trabajo. Lo más fuerte fue cuando me dijo, tu empuja con las manos tu barriga hacia abajo, llevaba en sus manos una aguja enorme, y cuando digo enorme debería de hacer unos quince centímetros. Con ella me rompió las aguas. No me hizo daño y no dije nada.
Era un día soleado como el de hoy de hace quince años. La mujer tenía una cara de asustada que no me relajaba nada a mí, era una señora extranjera, quien parecía por su edad que sabía lo que se hacía y aquel parto no le parecía nada lógico.
Enseguida llegaron los dolores, era mi segundo hijo, les aseguro que no eran dolores normales de parto, eran inhumanos, no podía soportarlos, tampoco dije nada.
Me monitorizaron enseguida y el precioso niño que llevaba dentro, que había estado encajado desde los cinco meses, se subió hacia mis costillas como queriendo huir de la quema.
Eran más o menos las doce del medio día, mis dolores seguían, entró mi doctora para decirme que en cuanto estuviese, de no sé cuántos centímetros me pondrían la epidural.
No sé cuanto tiempo tardé en llegar a esos dichosos centímetros, pero me parecieron años. Estaba allí mi hermana Elvira, mi madre, mi esposo, en una salita adicional que tenía mi habitación.
Yo solo veía la cara de mi madre, pudiendo leer en su mirada el miedo que estaba pasando, pues percibía que pensaba que aquello no era normal. Llegué con valentía, sin quejarme lo más mínimo, a los centímetros necesarios para ponerme la epidural.
Me bajaron a quirófano, me advirtieron de que no me moviera y todo saldría bien, si no, tendrían que pincharme unas cuantas veces. Ni la más afilada navaja me hubiese podido mover, quedé quieta y con un pinchazo fue suficiente. Por fin...terminaron los terribles dolores, no sé si fueron dos o tres horas, pero se me hicieron eternas. Subimos de nuevo a la habitación, otra vez con la máquina y el monitor, toda llena de cinturones y el niño que se subía cada vez más y más para arriba. Lo pasamos los dos, realmente mal, así estuve hasta las cinco y media de la tarde.
Sólo hacía que ver la cara de mi madre, que sin poder evitarlo, sin decirme nada, reflejaba en su rostro la angustia que estaba pasando. La pobre se fue al Cristo de La Sangre a poner un cirio.
De pronto volvió mi doctora con la cara desencajada, con dos matronas más, al verles la cara a todas, pensé que aquello iba muy mal, ya lo había pensado durante todas las horas que habían pasado. Pero realmente pensé que el niño nacería bien y yo me iría a otros mundos. La cara de todas las mujeres que entraron parecían confirmarlo, mi madre desde el quicio de la puerta, también. Pero no dije nada.
Me bajaron y ya me dijo mi doctora que no dilataba, que tenían que hacerme una cesásera, ¡cómo iba a dilatar si estaba de ocho meses!.
Lo que pasó en el quirófano fue surrealista, con mi epidural no necesitaban más anestesia, pero oír y sentir como te sierran el cuerpo, es bastante fuerte, más si puedes respirar el olor a piel quemada. De tanto en tanto, tenía que pedir que pararan, porque tenía vómitos.
Menos mal que fue todo rápido, de repente se hizo una preciosa luz:
---Es un niño--- me dijo la doctora. Y entonces, le vi.
Era precioso, muy blanco de piel y muy grande. Su llanto era agudo, estaba colgado como un conejo de la mano de una mujer. Pensé en mi hermana Mari, me recordó a ella.
Mi madre estaba detrás de las puertas del quirófano, también le oyó, a mí me había escuchado hablar durante todo el tiempo transcurrido.
Pasó el día amargo de un trece de marzo, de hace hoy quince años. Y llegó el bebé más hermoso que nadie pueda imaginar. Muy grande, peso tres quilos y medio con solo ocho meses, midió cincuenta centímetros.
El pobre se ve que lo pasó muy mal durante las seis horas que estuvo sufriendo, pues durante todo el día siguiente y la toda la noche estuvo gimiendo, como cuando has llorado mucho. Fue un bebé sano y precioso, enorme, que se tomaba los biberones hasta el final.
Intenté darle de mamar, pero no lo conseguí, después de unos días pasamos al biberon.
Estuve ingresada quince días, pues no me atendieron bien y cogí una fuerte infección de orina. Tuve mucha fiebre durante los días que estuve ingresada.
Al finalizar los quince días, en los cuales mi hijo Fernando, tuvo ictericia, (no queríamos que nada fuera sencillo, como ven). Nos fuimos a casa.
Hoy hace quince años que volví a nacer y que nació mi pequeño hijo, más grande que yo.
Feliz día de tu cumpleaños, divino y bello trozo de mí.
Te quiere..mamá.
Laura Fernández
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