Por una caricia mataba...su alma trémula y gris, hacía tiempo que no las notaba.
Quería volar como la paloma que en realidad era, como el golfo huracán que salía de sus entrañas cada madrugada.
Sabía que no estaba sola, aunque quería ser amada.
Por la caricia suave de una mano amiga, su voz se quebraba, el latido de su enjuto corazón, inundaba de sonoros cánticos el alba.
Una caricia amiga, dulce, amable...por ella mataba.
Su porte frío de señora ácida, hacían de ella lo que no amaba.
Su mirada gélida, helando el corazón de todo aquél que la soñara.
Recordó de pronto, porqué empezó a tornarse agria su mirada.
Se adueñó de ella el recuerdo de cuando las caricias danzaban en su rostro, bailando una con otra, haciendo feliz su faz encantada.
Añoraba estar acompañada, compartir caricias. Recibirlas, para poder darlas.
El porte frío, de señora ácida, le habían robado todas las caricias, incluso las del alma.
Su altanero caminar, la obsoleta forma de ver y vivir la vida.
La manera rígida de compartir sus sentimientos...le habían robado los besos y las sedas del alba.
Ni siquiera los pequeños miembros de su familia se acercaban hacia ella.
Era fría, distante.
Sin embargo ella...por una caricia mataba.
Del orgullo hizo su capa y no perdonó jamás a nadie.
Ya no amaba con locura, tan solo necesitaba ser amada.
Su verdad era absoluta y no permitía que nadie se expresara.
Dormitaba en una jaula lujosa, repleta de oro. Brillantes piedras de mármol formaban la alfombra por donde pisaba.
Su cárcel vacía, vacía y sola de sentimientos, de gentes, de risas, de vida sana.
Lo destruyó paso a paso, palabra a palabra, grito a grito, mirada a mirada.
Nadie sabía entonces que ella por una caricia mataba.
Que el disfraz de loba que la cubría, hacía tiempo que le estorbaba. Quería despojarse de aquellas pieles, aunque el orgullo no la dejaba.
Lentamente se acabaron las caricias, las dulces palabras, las miradas cálidas, los abrazos, las risas, las canciones que le llenaban el alma.
Por una caricia mataba.
No se atrevía a expresarlo. Hería la soberbia que ella portaba.
Por una caricia de alma...seguro que ella mataba.
Laura Fernández.
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