Y adentrándose en la Tierra formó parte de ella. Sintiéndose por una vez parte universal del Todo.
Sin sentirse apenas nueva el amanecer resplandeció su rostro.
Creyó en lo que no se ve, viviendo desde lo más interno del paraíso maltrecho de su cuerpo. Se sintió libre.
Se dejaba llevar por el arrullo del agua que pasaba bajo sus pies, le hacían pensar que formaba parte de ella.
Que era ella quien le amaba, que era ella por quien vivía.
Sintió el magnetismo que la arrastraba hacia lo más hondo, donde una electricidad magnética la absorbía hacia dentro, mucho más de lo que ella misma hubiese deseado.
Y adentrándose en la Tierra fue cuando se sintió conforme consigo misma, ya eran una.
Dejó volar su imaginación mientras su corazón latía con pequeños y sonoros latidos románticos.
Comenzó a quererse. Por un instante sintió que era otra, lo que brotaba desde sus pies hacia lo más profundo de la Tierra, la convertía en la persona más grande.
Se amó intensamente, como jamás hizo antes y, una lágrima traviesa, recorrió con suavidad su pálido rostro.
La alegría transformó su faz, la convirtió en la más bella de entre las ninfas del lugar.
Dio alas a su alma y perdonó por siempre el dolor inmenso que sentía su dañado corazón.
Y adentrándose en la Tierra, ya nada podría pararla. Sus pies anclados y firmes se enraizaron con Gaia.
La transportaron hacia otros mundos, en los que ella había habitado antes.
No lo recordó hasta ese mismo instante...mas ella había transitado por aquellos lugares.
Volvió sin dejar de soltar sus pies de la naturaleza. Se sintió en otros mundos, en otras tierras.
Así sintió los recuerdos vividos, para anhelar la belleza compartida tantos siglos atrás.
Se quería más que nunca. Su mirada lánguida y triste tomó un cariz enigmático, como el del que sabe lo preciso para continuar en la Tierra.
Y adentrándose en la Tierra sus ojos brillaron de alegría. No comprendía lo que estaba sucediendo.
Sin considerarse importante, se sentía feliz, plena. Ahora estaba realmente alegre.
Sus pies anclados y firmes le devolvieron la seguridad que ella precisaba para sobrevivir en la Tierra.
Alzó sus brazos al infinito con sus palmas bien abiertas hacia el cielo.
Dándole gracias a quien la ayudaba, sentía, desde lo más profundo de su ser que debía hacerlo.
Gaia la acogió fuertemente, gracias a quien tanto le hizo sufrir, gracias a quien tanto la había amado, para ahora saberse amar ella.
Y adentrándose en la Tierra fue por siempre feliz.
Laura Fernández.
jueves, 21 de febrero de 2013
jueves, 7 de febrero de 2013
El bosque de la vida
Desde lo más profundo de mi ser, voy adentrándome en el bosque de la vida. Los árboles aunque me dan sombra y me cobijan, me asustan con su sonido al mecerse sus hojas en la noche. Es difícil seguir caminando sin pisar el suelo y no hacerte daño al caminar.
Las suelas gastadas de los zapatos que se ajustan prietos a mis pies, parecen decirme que ya llevamos mucho tiempo caminando por el bosque. Pero aún así algo en mi interior me reta a seguir caminando, todavía no he encontrado los preciosos lagos de los que me hablaron, ni las frondosas plantas silvestres que envolvían aquél precioso paraje. Debo seguir buscando, si sigo caminando seguro que las encontraré.
En mi camino, me cruzo con preciosos animales que saltan a mi alrededor al pasar por su lado. Siento al cruzarme con ellos, que merece la pena seguir andando, aunque mis pies se quejen y mis rodillas ardan en un enfurecido y sordo sonido cuando subo una pendiente.
A lo lejos diviso una preciosa casita, está construida toda de madera. ¡Hace tanto tiempo que camino por el bosque de la vida!, que siento una inmensa alegría pensando, que quizás pueda pararme a descansar un ratito.
Así como voy acercándome a ella, veo que no hay nadie dentro y que lo que debo hacer es seguir caminando. Ya descansaré cuando encuentre los preciosos lagos de los que me hablaron hace tanto tiempo.
En verdad estoy cansada, llevo tanto tiempo caminando, que aunque merezca la pena, llegar a dónde me propongo, se hace pesado.
A pesar de ello, no me permito venirme abajo, los árboles se mecen arrullando mi mente con su sonido, un sol brillante luce en el cielo precioso de mi tierra bella. Me paro un instante, en un tronco enorme que hay tirado en el suelo, que debió caerse un día de tormenta. Ando sola por el bosque, no me he encontrado ni a una sola persona durante todo mi trayecto. Doy gracias a los pequeños animalitos que lo habitan, pues ellos hacen que me sienta acompañada. Las ardillas corretean graciosas mordisqueando los pequeños frutos que encuentran a su paso.
Después de descansar, emprendo de nuevo mi viaje. Mis pies agradecidos por haberlos desnudado durante un buen rato, están ya preparados para seguir con el trayecto. Va cayendo la tarde, las frutas que voy encontrando, alimentan mi alma, llenando de energía mi cuerpo para seguir hacia adelante.
De pronto, veo un brillo a lo lejos, como si de un espejo se tratara. Empiezo a caminar deprisa, el sol que todavía no ha caído, da luz a un precioso lago. Una cascada inmensa cae desde lo alto de una picuda montaña, haciendo del paisaje que estoy mirando lo más bello que jamás hubiese imaginado.
¡Por fin encontré lo que había estado buscando durante tanto tiempo!. Lloré de alegría viendo mi sueño realizado, ni el dolor de mis pies, ni las encendidas marcas de mis rodillas pueden sacarme de este encuentro soñado.
Para todos los buscadores que como yo, luchamos y no paramos hasta que encontramos lo que deseamos.
Laura Fernández.
Las suelas gastadas de los zapatos que se ajustan prietos a mis pies, parecen decirme que ya llevamos mucho tiempo caminando por el bosque. Pero aún así algo en mi interior me reta a seguir caminando, todavía no he encontrado los preciosos lagos de los que me hablaron, ni las frondosas plantas silvestres que envolvían aquél precioso paraje. Debo seguir buscando, si sigo caminando seguro que las encontraré.
En mi camino, me cruzo con preciosos animales que saltan a mi alrededor al pasar por su lado. Siento al cruzarme con ellos, que merece la pena seguir andando, aunque mis pies se quejen y mis rodillas ardan en un enfurecido y sordo sonido cuando subo una pendiente.
A lo lejos diviso una preciosa casita, está construida toda de madera. ¡Hace tanto tiempo que camino por el bosque de la vida!, que siento una inmensa alegría pensando, que quizás pueda pararme a descansar un ratito.
Así como voy acercándome a ella, veo que no hay nadie dentro y que lo que debo hacer es seguir caminando. Ya descansaré cuando encuentre los preciosos lagos de los que me hablaron hace tanto tiempo.
En verdad estoy cansada, llevo tanto tiempo caminando, que aunque merezca la pena, llegar a dónde me propongo, se hace pesado.
A pesar de ello, no me permito venirme abajo, los árboles se mecen arrullando mi mente con su sonido, un sol brillante luce en el cielo precioso de mi tierra bella. Me paro un instante, en un tronco enorme que hay tirado en el suelo, que debió caerse un día de tormenta. Ando sola por el bosque, no me he encontrado ni a una sola persona durante todo mi trayecto. Doy gracias a los pequeños animalitos que lo habitan, pues ellos hacen que me sienta acompañada. Las ardillas corretean graciosas mordisqueando los pequeños frutos que encuentran a su paso.
Después de descansar, emprendo de nuevo mi viaje. Mis pies agradecidos por haberlos desnudado durante un buen rato, están ya preparados para seguir con el trayecto. Va cayendo la tarde, las frutas que voy encontrando, alimentan mi alma, llenando de energía mi cuerpo para seguir hacia adelante.
De pronto, veo un brillo a lo lejos, como si de un espejo se tratara. Empiezo a caminar deprisa, el sol que todavía no ha caído, da luz a un precioso lago. Una cascada inmensa cae desde lo alto de una picuda montaña, haciendo del paisaje que estoy mirando lo más bello que jamás hubiese imaginado.
¡Por fin encontré lo que había estado buscando durante tanto tiempo!. Lloré de alegría viendo mi sueño realizado, ni el dolor de mis pies, ni las encendidas marcas de mis rodillas pueden sacarme de este encuentro soñado.
Para todos los buscadores que como yo, luchamos y no paramos hasta que encontramos lo que deseamos.
Laura Fernández.
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