cada amanecer su cuerpo roto
pedía a gritos llegar a amarla
y en el pozo embarrado
con el alma dispuesta
una falsa esperanza le relataba
Fresca, sucia o ensangrentada.
Su mirada lánguida
su risa loca, que hasta su cuerpo difamaba
su voz envolvía el sonido profundo
de la caracola que ayudaba a amarla
los anocheceres eran sus amantes
el alba, el verdugo que le apresaba.
La piel envuelta en la ciénaga de una palabra
en la penumbra de una hoja muerta de otoño
a tiras, resquebrajada.
Su lengua sátira, compañera infatigable
del genio que habitaba en ella...
su inteligencia innata.
Aparecía sobria; en realidad emborrachaba
su cuerpo inquieto el paso alzaba.
Saltaba en los charcos
habitaba en la ciénaga del olvido
en el mar bravo, en los lagos en calma
La lengua con filo, el corazón en el alma.
Laura Fernández

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